Las plantas y su poder curativo


Debemos acostumbrarnos a reconocer en cada planta una acumulación, un centro de energías vitales compuesto de numerosas sustancias de propiedades diversas.

En efecto, cada una de las numerosas sustancias que encierran tienen propiedades específicas, con lo que se explica porqué con una sola planta se pueden muchas veces combatir enfermedades tan numerosas como variadas.


Estas sustancias nutritivas que en tan escasa cantidad contienen la mayoría de las plantas medicinales, se debe decir que no les dan valor ninguno. Su verdadero valor, lo que las hace apreciables en nuestro estudio por encima de las nutritivas, consiste en su riqueza en sales minerales, de las cuales cada una de estas plantas suele contener una docena o más.

Estos componentes de las plantas medicinales ya merecen mayor atención, puesto que son muchas las enfermedades cuyo origen procede en gran parte de la falta de unos determinados minerales en el cuerpo. En unas por ejemplo, de entre las plantas medicinales, predomina la cal; en otras, el fósforo; en otras, el azufre; en otras, el silicio; en otras, el hierro en otras, el yodo, etc.

También desde nuestro punto de vista son del mayor interés las vitaminas que muchas de estas plantas contienen en notable proporción.
Aparte de estas sustancias que el cuerpo puede aprovechar para sus fines curativos, contienen las plantas medicinales sustancias de otro orden y categoría, que se caracterizan por sus efectos estimulantes sobre las funciones de nuestros órganos; o sea que por su peculiar acción sobre los diversos tejidos de nuestro cuerpo, los incitan a aumentar sus funciones.

Aunque varias de estas sustancias nos son perfectamente conocidas, como los ácidos vegetales, los ácidos volátiles, los amargos, los saponificantes, etc., muchas escapan todavía al análisis, ya que son finas y sutiles en extremo; tales son las vitaminas antes citadas y otras que podríamos llamar pre-hormonas; pero esta sutilidad, que no escapa al cuerpo que sabe aprovecharse muy bien de ellas, en nada perjudica su eficacia que ha sido bien comprobada.

La moderna ciencia médica comienza a percatarse de que estas sustancias que se alojan en las plantas medicinales, pueden ser más apropiadas para curar nuestras enfermedades que no las más en boga hasta ahora, de origen químico y de una fuerza y potencia muchas veces superior a lo que nuestro cuerpo requiere, por lo que hay que considerarlas casi siempre venenosas.

Para exponer cuatro someras ideas acerca de las vitaminas y de las pre-hormonas, empezaremos por decir que todas ellas actúan en cantidades
extremadamente pequeñas. Para significar su importancia bastará hacer notar que, por ejemplo, la escasez o falta de hormonas de las glándulas
procreadoras (testículos y ovarios), hace que la mujer sea menos femenina o con el carácter algo masculinizado, y que el hombre se desarrolle con aspecto menos varonil del que le corresponde. En muchos casos, la pequeña cantidad que representa un gramo de las mismas, bastaría para preparar centenares de miles de dosis de efectos o acción visibles.

Los testículos y ovarios producen hormonas en cantidad ínfima, pero suficiente, para cambiar con ellas el aspecto de la persona en la pubertad y hacer que la mujer adquiera sus formas y las características de su sexo: desarrollo del pecho, falta de barba, piernas más cortas que los varones, caderas más anchas que las espaldas, piel fina, mayor cantidad de grasa debajo de la piel que el hombre,
manifestación del carácter, aptitudes y sentimientos femeninos, todo ello encaminado a preparar la futura maternidad.

En el hombre, las mismas hormonas provocan el desarrollo más acentuado de músculos y huesos, barba fuerte, espaldas anchas, menor cantidad de grasa, caracteres masculinos (valor, heroísmo, fuerza, energía, etc.).

Otro ejemplo: una cantidad insignificante, pero superior a la debida, de hormonas de la glándula tiroides hace que un niño sufra en su desarrollo un retraso en el doble aspecto corporal e intelectual. Una cantidad pequeñísima de vitamina D cura el raquitismo, mientras que todos los medicamentos y tónicos que antes se empleaban para combatirlo no conseguían en forma alguna curar esta enfermedad.

En poquísimos ejemplos hemos dejado expuesta una realidad que para muchos era completamente ignorada o sigue siéndolo todavía. No obstante,
creemos que bastarán para que el lector comprenda en principio que sustancias tan sutiles contenidas en ciertas plantas, pueden actuar sobre nuestro cuerpo a pesar de ser ínfima su cantidad. Sin ello quedarían sin explicación las propiedades bien definidas de gran número de plantas.

No nos limitaremos como es costumbre en semejantes casos, a indicar una o varias plantas para cada enfermedad. Este proceder sólo nos conduciría a resultados muy limitados y por demás dudosos. Porque es indiscutible que si bien una misma planta, en virtud de sus componentes, pueda estar indicada en el tratamiento de varias enfermedades distintas, también lo es que, salvo raras
excepciones que como tales confirman la regla, ninguna enfermedad tiene su remedio completo en una sola planta.

Lo prudente, pues, si se quieren obtener verdaderos resultados curativos por medio de las plantas medicinales, consistirá en combinarlas y agruparlas de forma que por el conjunto de propiedades que reúnan combatan las varias causas de la enfermedad, o sea que además de suavizar o anular los síntomas molestos y dolorosos de las mismas, ataquen de verdad sus fundamentos.

Tomemos por ejemplo un caso de enfermedad de la piel debido a impurezas de la sangre. Si para combatirla nos ciñéramos a señalar una sola planta o varias del mismo efecto, podríamos obtener tal vez una aparente curación del mal, o sea la destrucción o desaparición de sus signos externos; pero como la causa fundamental persistiría, ya que la sangre seguiría casi tan impura como antes, hubiéramos en este caso conseguido sólo un resultado insuficiente que conduciría a la reproducción de la enfermedad dentro de un plazo más o menos lejano.

Pero si obramos tomando por base los propósitos que nos han guiado y que acabamos de exponer, para combatir la citada enfermedad aconsejaríamos una receta o combinación de plantas en la que figure una planta propia para reducir los ácidos de la sangre, si ellos son la causa o impureza, con otra indicada para purificar la sangre, otra indicada para regularizar la función del hígado (gran destructor de los venenos del cuerpo), otra para activar los riñones y otra en definitiva para la piel. Con ello combatiremos la enfermedad en todos sus reductos y con todos los medios hasta expulsarla por completo del organismo.
Para conseguir hasta la perfección la finalidad que nos hemos impuesto y al mismo tiempo para mejor comodidad del estudiante, hemos completado el presente curso con una segunda parte que dedicamos a la descripción de las enfermedades que pueden ser curadas o por lo menos muy mejoradas y aliviadas por medio de las plantas medicinales.

Al leer la descripción de cada una de las plantas medicinales, se podrá observar que muchas de ellas estimulan la función que está encomendada al hígado (destructor de impurezas), la actividad eliminadora de los intestinos y de los riñones, de las mucosas de los órganos respiratorios y de la piel (sudoríficas), etc., funciones todas ellas encaminadas a librar al cuerpo de las impurezas que
alberga.

Estas funciones son, por ejemplo, importantísimas en los casos de fiebre, resfriados, gripe, fiebres gástricas, etc., ya que en estas enfermedades interesa conseguir la rápida eliminación de las impurezas, y de los venenos microbianos por los procedimientos sudoríficos; pues bien, a tal fin se utilizan por ejemplo el gordolobo, el sauco, etc. Otras plantas son grandes estimulantes de la digestión, la angélica, la menta, etc, y todos sabemos que una mejor digestión aumenta las naturales defensas del cuerpo en todo caso de enfermedad.
Otras plantas activan la circulación de la sangre, factor también muy importante, ya que sin ello no pueden ser debidamente eliminadas las sustancias perturbadoras causantes de enfermedad, ni tampoco llegar a tiempo el vivificador oxígeno y las sustancias nutritivas a los órganos. La vida está en la sangre y todos los órganos necesitan ser regados constantemente por ella, y por este motivo un sólo momento de falta de sangre en el cerebro produce, por ejemplo, el desmayo.

Un buen aflujo de riqueza de ideas exige a sí mismo una perfecta irrigación sanguínea del cerebro, y lo mismo sucede en su orden respectivo con todos los órganos.